Aniara de Harry Martinson en Español

Desde el sitio web Gallo Nero editorial:
AUTOR:Harry Martinson
TRADUCTOR:Carmen Montes
COLLECCIÓN:narrativas
FORMATO:14×19 cm
ISBN:978-84-9423576-4
«Yo me preguntaba, pero olvidaba responder. Me soñé una vida, pero me olvidé de ser. Viajé alrededor del todo, pero me olvidé de partir: pues preso estaba aquí, en Aniara».

Aniara es el nombre de la nave espacial cuya misión es transportar a Marte a los últimos supervivientes de la Tierra devastada por una explosión nuclear. Después de una colisión con un asteroide, la nave se sale del sistema solar y queda eternamente perdida en el espacio sin fin. El buque estará destinado a viajar por otros 15.000 años antes de llegar a las proximidades de otra estrella.

Aniara es la obra más singular de cuantas escribió el premio Nobel Harry Martinson, pero también uno de los poemas más extraordinarios y conmovedores de la literatura del siglo XX, un viaje existencial en el que resuenan los grandes clásicos suecos o las grandes epopeyas de la literatura universal.

Harry Martinson (1904-1978)  pertenece a la generación de escritores proletarios que operaron una gran renovación en las Letras Suecas. Recibió el Premio Nobel de Literatura en 1974 por «una obra cuya invención formal, se somete a una exigencia de justicia social».

Fue el primer escritor de origen proletario en ser elegido miembro de la Academia Sueca. En 1956 escribe Aniara su gran epopeya lírica, obra por la que más se le conoce fuera de Suecia.

Sus últimos años estuvieron salpicados por las críticas a su obra literaria que le provocaron una gran depresión. Se suicida en 1978.

http://www.ccyberdark.net/2075/aniara-de-harry-martinson/
http://www.elconfidencial.com/cultura/2015-04-13/un-canto-al-fin-de-la-humanidad_756876/
http://jediscequejensens.blogspot.com.es/2015/04/aniara.html

 

Algunas ejemplos de los traduciones.

 

13

 

El año sexto seguía Aniara adelante a velocidad invariable hacia la imagen de Lira. El astrónomo jefe pronunció ante los migrantes un discurso sobre la profundidad del espacio.

Sostenía en la mano un hermoso cuenco de cristal:

 

Empezamos ya a intuir que este espacio en el que bogamos es de clase diferente de la que pensábamos cuando en la Tierra revestíamos la palabra espacio con nuestra imaginación.

Empezamos a intuir que esta deriva es más profunda de lo que nos parecía, que el conocimiento es una candidez ingenua y que, a partir de una medida equis de una visión, ha dado en creer que el Misterio tiene estructura.

Ya empezamos a intuir que lo que llamamos espacio y cristalinidad en torno al casco de Aniara es espíritu, eterno espíritu inaprehensible; que nos hemos perdido en el mar del espíritu.

 

Nuestra nave espacial Aniara avanza en algo que no posee cráneo, ni tampoco necesita masa cerebral. Avanza sin cesar por algo que es, pero que no tiene por qué seguir las vías del pensamiento: un espíritu que es más que el mundo racional. Así es: Dios, Muerte y Misterio a través, va la nave Aniara sin guía y sin destino.

¡Ay, quién pudiera regresar a la base, ahora que hemos descubierto qué es esta nave: una mera burbuja en el cristal del espíritu de Dios!

 

Os contaré lo que me han dicho del cristal y entonces lo comprenderéis. En todo cristal que permanece intacto el tiempo suficiente se va moviendo la burbuja poco a poco, infinitamente lenta hacia otro punto del cuerpo cristalino; a los mil años la burbuja habrá hecho un viaje en ese cuerpo.

 

Lo mismo sucede en un espacio infinito cuyos abismos, de años luz de profundidad, un arco trazan en torno a la burbuja navegante que es Aniara.

Pues aunque la velocidad que alcanza es grande y mucho mayor que la de un planeta veloz, a la luz de las medidas espaciales, es su celeridad exactamente igual a la que sabemos que adquiere la burbuja en este cuenco de cristal.

*

Aterrado al comprenderlo huyo yerto de la sala de la mima a la luz roja del salón de baile; allí encuentro a Daisi.

Mendigo la acogida de su abrazo salvador, suplico el acceso a su seno velludo donde la cruda certeza de la muerte no es.

Ahí queda aún la vida en las salas de Mima, en el seno de Daisi viven los valles de Doris cuando el uno en el otro, sin frialdad ni amenaza, olvidamos los espacios que rodean Aniara.

 

 

26

 

El sordomudo empezó a describir el peor sonido que había oído. No se oyó.

En efecto, el día en que se le reventaron las membranas auditivas, se oyó como un rumor ronco de ramas, el último, cuando el fototurbo hizo estallar a Dorisburgo. No se oyó, terminó el sordo. No llegó a tiempo el oído cuando me explosionaron el alma, cuando me desecharon el cuerpo, cuando una milla cuadrada de tierra urbana quedó desmantelada, en el momento en que el fototurbo voló por los aires la gran ciudad que fuera Dorisburgo.

 

Así hablaba el sordo que estaba muerto. Pero como habían dicho que las piedras gritarían, el muerto habló en una piedra. Desde la piedra gritaba: ¿me oís? Desde la piedra gritaba: ¿no me oís? Soy oriundo de la ciudad de Dorisburgo.

 

Luego empezó a hablar el ciego del resplandor irresistiblemente intenso que lo cegó. No pudo describirlo. Mencionó solo un detalle: veía con la nuca. Todo el cráneo se convirtió en un ojo, cegado por una luz de potencia superior a la explosión, elevado por los aires con fe ciega en el sueño de la muerte. Pero no hubo sueño.

 

Y en eso precisamente se parece al sordo. Y como dijeron que las piedras gritarían, grita también él desde las piedras con el sordo. Y así se gritan desde piedras el uno al otro. Y así gritan desde piedras como Casandra.

 

Me precipito hacia la mima como si pudiera detener aquella atrocidad con mi sufrir. Pero la mima lo muestra todo con claridad insobornable, hasta la última imagen muestra fuego y muerte y, dirigiéndome a los pasajeros, grito ese dolor de dolores que siento por la muerte de Doris:

 

Podemos protegernos de casi todo lo que hay, del fuego y las lesiones de la tormenta y el frío, ¡ay!, de cualquier golpe que se pueda imaginar. Pero no hay forma de protegerse del hombre.

 

Cuando hace falta, nadie ve con claridad. No, solo cuando se trataba de destrozar y empobrecer lo que el corazón ha atesorado en sueños de los que vivir los años terribles de frío.

 

Un rayo azul ciega entonces a la mima y enmudezco ante lo que le sobreviene a la pobre Tierra; el rayo cae aquí, en mi corazón como en una herida abierta. Y yo, oficiante azul de la fiel mima, recibo con la sangre helada el mensaje fatal de que Doris murió en la lejana Dorisburgo.

 

 

72

El cantar de Carelia

 

Pasaba el tiempo, volaban los años en el rigor frío del espacio. La vida iba siendo más atemporal para la mayoría, que se dedicaba a otear por amplios ventanales, a la espera de que alguna estrella naciera de las otras, se nos allegase y nos llegara al alma.

 

Los niños crecían y jugaban en las tundras de los internos, en suelos de salas de baile raídos, irregulares y arañados. Nuevos tiempos, nuevas costumbres. El yurgo estaba olvidado hacía ya mucho, y Daisi, tan aficionada al baile, dormía el sueño eterno en su concha, en la cámara en que solo reposan las maestras de la danza.

 

Yo, entre tanto, pensaba taciturno en el esplendor de la bellísima Carelia, donde viví en su día, donde viví toda una vida, donde pasé más de treinta inviernos y veintinueve veranos antes de aventurarme a visitar otros países, otros destinos en esta lenta transmigración.

 

Me vienen a la memoria retazos de recuerdos. Aquí, en el espacio, no hay obstáculos, todas las eras confluyen, y evoco fragmentos de mi largo periplo por diversos reinos.

 

De esos bellos atisbos el más bello es, pese a todo, el de Carelia, como el destello de las aguas entre los árboles, como las aguas más claras del estío, en el luminoso junio, en que la noche apenas ha oscurecido cuando la flauta clara del cuco pide a la dulce Aino que, con el velo de la niebla, emerja de las aguas estivales y camine hacia el humo ascendente, que se llegue hasta el cuco alegre en la canora Carelia.

 

¡Ay! ¿Cómo seguir esos consejos, los buenos consejos de tiempos pretéritos, cuyas leyes están muertas y cuyos prados quemó el tiempo?

 

Verse aquí, en las salas de Mima. Recordar que una vez vivimos otra vida, y aprendimos la sabiduría del pan sencillo.

 

Verse aquí. ¿Dónde está mi madre? Verse aquí. ¿Dónde está mi amor? En un mundo mejor que este.

 

¿Porque utilicé el cuchillo,  no he conquistado a mi amada?

 

Se lo clavé en el corazón a mi padrastro cuando salió ufano de la sauna y le cogió el pecho a la muchacha… ¿Dónde fue? Ah, sí, claro, lo recuerdo. Veo los prados, oigo el bosque en el corazón de la Carelia de las runas.

 

Aquí estoy, con esos otros que alardean de su mundo. Cómo gozaban, con qué refinamiento vivían en la Estrella Regia.

 

Pero, noventa siglos atrás, estaba yo en el erial una noche callada, con mi niña, antes de aquello, antes de que el Señor Juez me mandara lejos de la Carelia de los eriales.

 

Bien está olvidar a veces. Bien está que, solo de cuando en cuando, nos planten delante los recuerdos.

 

Bien está que no nos mienten esta lenta transmigración.

 

Más vale ver, pero no hablar. Puede que haya guardas divinos escuchándonos. Nada sabemos.

 

Si me callo, y si sufro, si en silencio me arrepiento, puede que llegue una noche en que acaben mis recuerdos, en que acabe esta transmigración, en que me purifiquen y me pongan el sello de validez para la hermosa Estrella Regia, en que anide como un ave en el corazón de la Carelia de los eriales.

 

80

 

En el centro del sol ardiente hay una pupila, un núcleo cuyo torbellino misterioso lo convierte en la estrella del amor.

Cada vez que contempla la tierra, surge un prado que florece día tras día y se desgrana alegre en el verano venturoso.

 

Las flores izan del suelo un espectáculo de banderas vivas que se mecen. Las mariposas bailan con velos amarillos en las espinas de los cardos. Los abejorros zumban en la hierba, cuyas briznas dividen la tierra en un centón.

Juega fresca la brisa del estío en los capullos sensibles de las amapolas.

 

Efímera es la dicha: un premio fortuito y pasajero en días soleados. Lejos de la estupidez y la crueldad, brilla en los prados estivales la estrella del verano del amor, la flor del solsticio de verano. ¿No era esa la mejor razón para ser felices y buenos?

 

103

 

Apago la llama de la lámpara, invito a la calma. Aquí termina esta tragedia. Como buen mensajero he referido, escena a escena, nuestro destino reflejado en el océano galáctico.

 

Con velocidad constante hacia la imagen de Lira, la goldondra navegó quince mil años como un museo atestado de objetos y huesos, y de plantas secas de los bosques de Doris.

 

Cautivos en este sarcófago inmenso seguimos surcando mares desiertos, donde la noche cósmica, separada del día por una distancia infinita, cernía sobre nuestra sepultura un silencio transparente.

 

Diseminados en torno a la tumba de la mima, hechos ya humus inocente, yacíamos libres de la punzada de estrellas resentidas. Y a todos nos traspasó la oleada de Nirvana.

 

 

 

 

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